domingo, 18 de noviembre de 2012

Cuestión de identidad: Ser o no ser


La identidad es un sentimiento subjetivo. No es la objetividad de la definición, sino que es un pathos, que significa sensibilidad, afectividad. (Daniel Vidart)

A falta de una idea mejor, se me ocurrió como primera aproximación al tema de la “identidad” buscar el significado de la palabra en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Tras informarme que el vocablo proviene del latín identitas, el “mejor amigo del hombre” me obsequia cinco definiciones, una matemática que no me interesa en este momento, y cuatro que de una u otra forma están conceptualmente entrelazadas y en consecuencia tienen que ver con algunas de las ideas que, casi telegráficamente, intentaré desarrollar. Por lo tanto, las que en esta ocasión me importan son: 1) Cualidad de idéntico; 2) Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás; 3) Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás; 4) Hecho de ser alguien o algo, el mismo que se supone o se busca. 
Así entonces, la identidad es individual y a la vez colectiva, los seres humanos somos únicos y tenemos conciencia de nuestra unicidad, pero a la vez nos juntamos en grupos o comunidades con las personas con las que compartimos “algo”, y por esa misma razón nos diferenciamos de otros grupos de hombres que se reúnen porque comparten un “algo” distinto al nuestro. Sé que es medio complicado, pero se entiende, ¿o no?
Ahora viene la pregunta del millón, la pregunta que ha desvelado desde hace por lo menos un siglo a los habitantes de la Banda Oriental, sean intelectuales o gente de a pie: ¿existe una identidad nacional? ¡Pero cuidado! Incluso la respuesta más tranquilizadora (que sí, que existe) y menos indagante (que obvie la cuestión de la antinomia orientalidad-uruguayez) nos conducirá a otra encrucijada: ¿Qué es ser uruguayo?
Daniel Vidart, nacido en Paysandú en 1920 y reconocido unánimemente como el “padre” de la antropología nacional, siempre se negó a dar una contestación terminante. “El esfuerzo mío fue preguntarme lo siguiente: cuando estoy en Caraguatá, ¿qué piensan los uruguayos, que ahí se dicen orientales, de sí mismos? Porque la identidad es un sentimiento subjetivo. No es la objetividad de la definición, sino que es un pathos, que significa sensibilidad, afectividad”, dice Vidart. Y agrega: “Cuando yo me comparo con un criollo de tierra adentro, con un muchachito de Aparicio Saravia, con un señor que vive en Carrasco o con un agricultor de Canelón Chico, encuentro que todos decimos cosas distintas. Mi opinión no ha sido tanto caracterizar y decir los uruguayos somos de tal manera sino difuminar, buscar los matices, los contrastes”. 
Por su parte, al también antropólogo Renzo Pi Hugarte le llama la atención la preocupación de los uruguayos por su identidad. “En otras partes eso no existe, o si existe es relacionado a las subculturas o a las culturas antiguas que pueden haber”, explica. “¿Cuál es el drama de no tener identidad? ¿Qué identidad tiene Luxemburgo? ¿Les importa a los luxemburguenses eso? Realmente yo no entiendo muy bien cuál es la angustia”, razona Pi Hugarte.

¿Y POR CASA?
Si, como dice Vidart, la identidad es una cuestión subjetiva vinculada a la sensibilidad y la afectividad, una comunidad la puede construir mirando los orígenes, buscando los denominadores comunes del pasado que hacen de unión en el presente, o a partir del presente y en función de un proyecto común con un horizonte de futuro de mediano a largo plazo. Ahora bien, del mismo modo que una identidad se construye y se fortalece, también puede ocurrir que se debilite o desaparezca.
La comunidad sanducera que se añora, se construyó en las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del XX sobre cuatro pilares básicos: el río Uruguay como eje articulador, la región como espacio geográfico, la inmigración como elemento dinamizador y el positivismo como ideología. 
La argamasa resultante de esa mezcla moldeó una colectividad que exhibió rasgos distintivos, incluso en un Uruguay que entonces también vivía su “época de oro al cobijo del Imperio Británico”, como dice el historiador nacionalista Alberto Methol Ferré en su libro Uruguay como problema.
La decisión de darle la espalda al río, la desaparición del mercado regional tras la definitiva nacionalización de las fronteras argentinas y brasileras, el fin del predominio global británico y el colofón para ciertos paradigmas que fueron axioma sagrado durante buena parte del siglo XX son factores ineludibles a la hora de explicar la declinación. Pero siendo trascendentes, no lo son todo. La incapacidad de reformular el proyecto fundante es clave para entender por qué hoy Paysandú anda a tientas, sin rumbo. Paradójicamente, la paulatina pérdida de identidad y la decadencia intelectual parecería estar potenciando -por momentos hasta límites insospechados- el siempre latente chauvinismo sanducero. 
A falta de ideas superadoras, el egocentrismo irracional, la tediosa repetición frente al espejo: sos el mejor, sos el mejor…

Artículo de Rodrigo Morales Bartaburu. Publicado originalmente en el semanario 20/Once de Paysandú (Uruguay) el 16 de noviembre de 2012.