Fachada sur de la textil Paylana, con su tradicional tanque de agua. |
El término “Belle époque” se acuñó en Francia para definir -desde una óptica eurocentrista, por supuesto- el período transcurrido entre el fin de la Guerra Franco-Prusiana (1870) y el comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914). Se trató de un tiempo de fermento y concreciones pautado por el definitivo afianzamiento de los Estados nacionales, en el cual el positivismo (confianza absoluta en la ciencia que puede explicar todo) fue la filosofía dominante y su inevitable conclusión marcó la doctrina y la acción de los hombres de la época: progreso ilimitado gracias a las innovaciones tecnológicas.
Ese mundo ilusoriamente certero se hizo añicos el 28 de junio de 1914 con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero al trono austrohúngaro. Pretexto del agonizate doble imperio para el inicio de las hostilidades con Serbia, el 1 de agosto con el ingreso de Rusia por razones de "solidaridad paneslava", deriva en un enfrentamiento armado a escala europea para, finalmente, transformarse en la Primera Guerra Mundial.
Curiosamente, el imaginario colectivo dominante en Paysandú ubica la “Belle époque” del departamento muchos años más tarde, en un espacio temporal que no suele precisarse con demasiada exactitud pero que el grueso de los habitantes sitúa entre 1940 y fines de 1960 cuando de aquel “mundo lógico y previsible” nada o casi nada quedaba. Convertida entonces en la segunda ciudad industrial del país, los sanduceros continúan hasta el día de hoy añorando aquellos “años dorados”. Se trataba, según el relato mayoritariamente aceptado, fundante a su vez (o en todo caso funcional a él) del mito del “Espíritu de Paysandú”, de una sociedad mesocrática e integrada en la que abundaba el trabajo, calificado y no, pero en ambos casos relativamente bien remunerado, donde el Estado cumplía con relativa eficiencia los roles de asignar recursos y amortiguar diferencias, y en la que las tensiones entre capital y trabajo -cuando por alguna eventualidad aparecían- se solucionaban a través del diálogo responsable entre las partes.
Si bien es cierto que las fábricas que luego se transformarán en iconos de la pujanza sanducera fueron fundadas en la década de 1940, Azucarera del Litoral S.A. (Azucarlito) en 1943, Paysandú Industrial Lanera S.A. (Paylana) en 1946, Cervecería y Maltería Paysandú S.A. (Norteña) en 1947 y Paysandú Industrias del Cuero S.A. (Paycueros) en 1948, la actividad manufacturera en el departamento es muy anterior a ese decenio.
Prenda perdida
Hacia 1890 el conjunto de los saladeros uruguayos sacrificaba una media de 500.000 vacunos anuales, cifra que se dividía en partes casi iguales entre los ubicados en Montevideo y el Litoral. De los ocho saladeros de esta última zona que trabajaban con regularidad, los tres más importantes por conjunción de volumen de faena e infraestructura industrial estaban instalados en Paysandú: Guaviyú de Pedro Piñeyrúa, Casa Blanca (hasta 1890 en propiedad del porteño Carmelo Libarós, en 1891 éste se lo arrienda a Pedro Piñeyrúa, que realiza ese año la faena, y en 1892 se lo vende a Martín Etchebarne, a cuyo cargo quedará hasta 1927) y Nuevo Paysandú de Alberto Santa María e hijos. En esos años estos tres establecimientos aglutinaron alrededor del 80% del total de la matanza de la región con destino a la elaboración de tasajo.
Poco más de una década después y pese a que por acción del centralismo montevideano que ya se hacía sentir el establecimiento Guaviyú había paralizado su actividad (quedó inactivo en 1902 al decidir Piñeyrúa concentrar toda la faena en su saladero de la capital del país), la industria cárnica sanducera continuaba ocupando un lugar preponderante en la economía de la región. Tan es así que cuando el 26 de setiembre de 1903 el presidente José Batlle y Ordóñez llegue a visitar Paysandú dedicará casi toda la jornada del 29 -la previa a su partida a Salto vía ferrocarril- a recorrer el saladero de los Santa María, que aparte de las importantes construcciones edilicias que albergaban un puerto con muelle propio sobre el río Uruguay, contaba con un significativo equipamiento industrial que incluía energía eléctrica generada por el propio establecimiento, calderas, motores a vapor y eléctricos, sección hojalatería -para la confección de envases que serían luego utilizados en la propia fábrica-, carpintería y herrería. Además del tradicional tasajo, el establecimiento de Nuevo Paysandú producía distintos tipos de carnes en conservas que eran exportadas, mayoritariamente al mercado británico, con la marca Lasso.(1)
La aparición del frigorífico, el encarecimiento de la materia prima y problemas en los dos casi únicos mercados receptores del tasajo oriental, suba de aranceles de importación en Brasil y guerra entre España y Estados Unidos en Cuba, hicieron que a partir de los primeros años del siglo XX la industria saladeril ingresara en una crisis que evolucionará hasta convertirse en terminal. El estallido de la Primera Guerra Mundial y la casi inmediata decisión del gobierno británico de hacerse cargo de las compras de carne congelada y conservas (básicamente corned beef) para abastecer no sólo al Reino Unido sino también a la invadida Francia, provocaron una acelerada suba del precio de la hacienda vacuna. Fue el tiro de gracia para la vieja industria. En 1915 la actividad había prácticamente desaparecido en todo el Uruguay.
En los años y décadas posteriores fracasaron varios intentos por construir en Casa Blanca un establecimiento frigorífico exportador de magnitud. En 1927 el viejo saladero es adquirido por la Sociedad Anónima Industrias Unidas Casa Blanca, integrada mayoritariamente por inversores de origen rural con estancias en la zona de influencia de la planta. Pero la nueva empresa tuvo una marcha plagada de dificultades comerciales, económicas y financieras desde el principio. En 1937 debió realizar un acuerdo de producción con el Frigorífico Nacional, que desde 1929 operaba en Montevideo el establecimiento que había sido de la anglo-argentina Sociedad Anónima Compañía Sansinena de Carnes Congeladas. Ese mismo año, para capitalizar la fábrica de Paysandú, el presidente (dictador) Gabriel Terra y su ministro de Hacienda, César Charlone, aprueban por ley una emisión de títulos por $ 2.000.000 que se denominó Empréstito Interno Frigorífico Nacional, de los cuales $ 700.000 estaban destinados a la "Sociedad Anónima Industrias Unidas Casa Blanca afiliada al Frigorífico Nacional para ser empleado en la ejecución de las obras y la adquisición de maquinaria para la planta industrial de la referida filial".(2) Finalmente, en noviembre de 1944 el gobierno de Luis Batlle Berres dicta otra norma por la que se faculta al frigorífico estatal a adquirir el establecimiento sanducero.(3)
¿Por qué los impulsores de la “vorágine” industrial del ‘40 ni siquiera se plantearon iniciativas vinculadas a una cadena productiva como la cárnica que tenía sólida y antiquísima tradición en el departamento, si todos los proyectos de mayor envergadura finalmente concretados tuvieron que ver con el procesamiento de materias primas de origen agropecuario? No existe respuesta taxativa para la pregunta, sólo algunas presunciones -basadas más que nada en el sentido común- de cuál podría haber sido el razonamiento de las principales figuras que impulsaron la instalación de las industrias en la década del '40 para no embarcarse en un emprendimiento frigorífico.
1) Por entonces la actividad en el área del Río de la Plata estaba cartelizado por cuatro multinacionales globales, de las cuales tres tenían plantas en el Uruguay, las norteamericanas Swift y Armour en Montevideo y la británica Anglo del Vestey Group en Fray Bentos.
2) La frágil situación económica de Europa (y de Gran Bretaña en particular por ser el principal mercado receptor de las carnes rioplatenses) tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la política de limitación de importaciones de productos alimentarios que ya se empezaba a vislumbrar.
3) Todas las iniciativas fabriles que se concretaron en el departamento en la década del '40 estuvieron insertas en el esquema de desarrollo del neobatllismo (o segundo batllismo o batllismo de Luis Batlle Berres, como se lo quiera llamar), basado en la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). Es por lo tanto lícito suponer que los hombres que por aquellos años imaginaban al Paysandú de "chimeneas" estuvieran embuidos de esa visión que apostaba al mercado interno (lo cual no fue óbice para que después algunas de las fábricas adquirieran un marcado perfil exportador), es decir la antítesis de a lo que apuntaba la industria frigorífica.
4) Repasando las personas que en 1927 integraron el primer directorio de la Sociedad Anónima Industrias Unidas Casa Blanca encontramos a Carlos Fraschini y Pablo Ferrés, padres de Carlos Fraschini Teado y Ricardo Ferrés Terra, que tendrán una participación trascendente en la conformación de Azucarera del Litoral S.A., la pionera del '40 aunque no haya sido la primera en entrar en funcionamiento (lo hizo recién en 1950). Es probable que los progenitores de estos dos impulsores del ingenio azucarero hayan comentado con sus hijos las dificultades de la industria cárnica, e incluso que ellos mismos en su juventud advirtieran el descalabro de Industrias Unidas Casa Blanca. Bueno es recordar también que Pablo Ferrés, integrante de la firma montevideana Pedro Ferrés y Cía., dedicada a la importación de azúcar, propietaria de un saladero y fábrica de conserva en la zona de Punta de Yeguas y vinculada a la actividad financiera, además de ocupar un cargo en el directorio de Industrias Unidas Casa Blanca también fungía como gerente general de la empresa, lo que le otorgaba un conocimiento mucho más acabado de los entretelones del negocio.
De todas maneras, más alla de las hipótesis, lo concreto es que a casi cien años de la desaparición de la industria del tasajo el departamento nunca más pudo recuperar la relevancia nacional y regional que había tenido en el sector de las manufacturas de carnes. Sin temor a equivocarnos podemos afirmar que se trató de la primer gran pérdida industrial de Paysandú.
Malos tiempos, buenos tiempos
La crisis de la Bolsa de Nueva York en 1929 y la Segunda Guerra Mundial fueron dos acontecimientos que dejaron una marca indeleble en la economía del Uruguay de la primera mitad del siglo XX. El primero, al hacerse mundial, produjo cambios en la estructura y funciones del Estado oriental: en 1931 aparecieron las primeras regulaciones en materia de cambios, comercio exterior y protección de la industria nacional; el segundo trajo aparejada una relativa y ficticia prosperidad.(4) Aunque en muy distinto grado, ambos sucesos incidieron en la conformación de lo que luego denominaríamos el “Paysandú industrial”.
Ese proceso de vertiginosa industrialización que transformará radicalmente la fisonomía sanducera es hijo directo de la Segunda Guerra Mundial, cuyos efectos sobre la economía y la estructura social de Paysandú en particular, y del Uruguay todo en general, provocaron:
1) Escasez de productos industriales y, por lo tanto, reducidas importaciones.
2) Mayor demanda y mejores precios de nuestras materias primas y alimentos, carne, lana, cueros y aceites.
3) Enormes volúmenes de exportación y reducidas importaciones significaron saldos favorables de magnitud en la balanza comercial.
4) Desarrollo de industrias sustitutivas de importaciones para abastecer la creciente demanda interna.
5) Desarrollo de industrias de exportación para satisfacer necesidades de los países beligerantes (por ejemplo aceites industriales de lino).
6) Disponibilidad de capitales nacionales que por razones obvias no podían gastarse en artículos suntuarios importados.
Pero para poder entender en globalidad por qué este proceso de industrialización tuvo en Paysandú un vigor que no se repitió en ningún otro lugar del interior del país es preciso que nos detengamos en dos particularidades autóctonas que operaron en conjunto potenciándose: una nada despreciable experiencia industrial anterior y una “burguesía local” radicada en el lugar y dispuesta a sumir riesgos empresariales que hoy se considerarían absurdos.
Capital y riesgos
El patrimonio de la mayoría de los principales empresarios locales que impulsaron la industrialización del ‘40 no estaba ni por asomo a la altura del desafío que se habían planteado. Abundan las evidencias de los riesgos que asumieron. Y no a todos les fue “bien”. El caso más emblemático en este sentido lo constituyó Pedro Harguindeguy, integrante del directorio de Azucarlito desde la fundación del ingenio y hasta su muerte. En el primer año de esa industria, cuando la remolacha era por estos lares un cultivo si quiere exótico, Harguindeguy sembró por su cuenta y riesgo en su estancia de la zona de Valdez la totalidad del área agrícola. Sin antecedentes ni experiencia anterior, la cosecha resultó muy mala. Tuvo, a su vez, la iniciativa personal de construir desde cero en la manzana ubicada entre las calles 25 de Mayo, Juncal, Ituzaingó y Europa (ahora Felippone) la aceitera Indhar (Industrias Pedro Harguindeguy S.A.), en un principio pensada exclusivamente para procesar lino.(5)
Respecto al origen de los capitales que impulsaron el desarrollo industrial de la década del '40 por lo general es atribuido al interés de un grupo de empresarios locales por convertir a Paysandú en un centro industrial "a partir de un sentido de pertenencia de tipo territorial/comunitario, el que llevaba implícito el objetivo de un desarrollo local en el sentido de la mejora de la calidad de vida de todos los habitantes".(6) Sin perjuicio de lo anterior, para Luis Thomasset Blanco, ex presidente de la Asociación de Productores de Leche de Paysandú, el grueso de los capitales que impulsaron la industrialización sanducera provenían del sector agropecuario, que “buscaron resolver la situación de crisis económica del sector ganadero, transfiriendo sus inversiones unos al sector industrial y otros al sector financiero”.(7)
El traspaso de los excedentes ganaderos -actividad vinculada fuertemente a la exportación- a la industria para el mercado interno es la hipótesis más aceptada para explicar las causas del despegue industrial en el Uruguay a partir de la década del ´30. De todas maneras no podemos dejar de señalar que otras investigaciones sostienen que las inversiones provinieron principalmente de capital acumulado por la propia industria.(8)
Otro elemento que jugó un papel determinante en la conformación del capital de por lo menos dos de las industrias (Paylana y Paycueros), pero del que poco y nada se sabe y, además, nunca se lo menciona, tal vez porque se lo considere socialmente vergonzante, tiene que ver con el origen del patrimonio que en 1946 aportaron básicamente los Boca (que también tenían intereses en el sector curtiembre en Argentina) y los otros inversores de Milán y Turín, que podrían haber estado de una u otra manera vinculados al fascismo o al temor de que la península cayera bajo la órbita soviética.(9)
De acá
La idea de hacer una fábrica de cerveza surgió durante un paseo de fin de semana por el río Uruguay a instancias de un ingeniero industrial especializado en frío que se encontraba en Paysandú por razones particulares.(10) En pocos días se hicieron los indispensables análisis de la calidad del agua, se compró el terreno y enseguida se montó una improvisada oficina donde los interesados podían adquirir acciones de la novel sociedad anónima: Cervecería y Maltería Paysandú. El ingeniero, que había llegado al Uruguay a montar las cámaras del Frigorífico Canelones, interesó a los Ameglio a participar del nuevo emprendimiento cuyo primer presidente fue el arquitecto Nicolás F. Máscolo. Fue la única de las cuatro “mega fábricas” que perteneció en un cien por ciento a capitales nacionales, y hasta su venta en 1968 al grupo alemán Oetker, todas las decisiones empresariales se tomaron en Paysandú, donde hasta ese momento funcionó su directorio y su gerencia general. Esa fue otra de las características que distinguió el proceso. Aún en las otras industrias donde la participación extranjera fue más o menos relevante, los franceses del grupo Béghin en Azucarlito e italianos en un principio en Paycueros y Paylana, la presencia de los empresarios sanduceros dentro de los directorios le otorgaron una fuerte impronta local, consustanciando (o en todo caso intentando hacerlo) los objetivos y el destino de las fábricas con los de la comunidad en la que estaban enclavadas.Referencias:
(1) En 1908 los Santa María le vendieron a una empresa de Buenos Aires la hojalatería y la maquinaria para elaborar carnes conservadas. Su última faena tasajera fue la de 1913. En el lugar, donde ANCAP posteriormente construyó la planta de alcoholes y los depósitos de combustibles, aún se conserva la chimenea, parte de la casa de los propietarios y rastros de los corrales y otras instalaciones del saladero. Lamentablemente nadie se ha preocupado demasiado por salvaguardar ese patrimonio histórico. Eduardo, uno de los hermanos Santa María, murió en Paysandú en la (casi) indigencia en la década del ‘40.
(2) Artículo 2º de la ley 9677 del 03/08/1937. El texto completo en www.parlamento.gub.uy.
(3) Ley 10557 del 22/11/1944. El texto completo en www.parlamento.gub.uy.
(4) Los contemporáneos no lo advirtieron, quizás no podían hacerlo. La Segunda Guerra Mundial no hizo más que dilatar lo inevitable: ya por entonces el Uruguay era un país “sin lugar en el mundo”. Ocurrió en la década del ‘20 y se concretó a principios de la del ‘30 cuando el sistema mundial de comercio británico, que nos había dejando una hendija por donde insertarnos, colapsó. La Conferencia Imperial de Ottawa de 1932 cambió las reglas de juego al privilegiar el comercio entre la metrópoli y sus dominios. Otro dato para corroborarlo: en 1875 el Uruguay tenía 450.000 habitantes; en 1900 algo más de 900.000. El censo de población de 1908 indicó que éramos 1.041.000 y en 1930 llegamos a los 2.000.000. En el lapso que media entre estos dos últimos años la corriente inmigratoria fue la de mayor intensidad de la historia, registrándose el ingreso genuino (esto es descontando los emigrantes, mayormente a Argentina) de 881.480 personas en apenas veintidos años. En 1930 la inmigración cesó por completo, cuando los habitantes del Uruguay eran casi dos millones. Hoy apenas somos tres millones y monedas, es decir que en 80 años no hemos podido duplicar la población.
(5) Para afrontar a sus múltiples acreedores, a mediados de la década de 1960 Pedro Harguindeguy debió vender su estancia de Valdez, zona de riquísimo potencial agrícola ubicada apenas a unos 30 quilómetros de Paysandú capital. Lo hizo con el apoyo de Azucarera del Litoral S.A. en fracciones de entre 150 y 200 hectáreas. Para tener una magnitud del valor actual de la propiedad digamos que ronda entre los 18 y los 20 millones de dólares americanos.
(6) Leal, Jorge. Ver bibliografía.
(7) Al citar el sector financiero Thomasset se refiere a la fundación del Banco del Litoral. Esta institución, cuyo directorio siempre estuvo radicado en Paysandú, tuvo un fuerte crecimiento en toda la región de la costa del río Uruguay, absorbiendo bancos pequeños de distintas localidades. También abrió sucursales en Montevideo. Por entonces había cambiado en algo su nombre: se llamaba Bancos del Litoral Asociados. En 1982, en plena dictadura militar, la institución fue vendida (aunque más bien habría que decir "regalada") al Banco Santander luego de que el Banco Central del Uruguay (BCU) presionara a los directores del Banco del Litoral con mandarlos a la cárcel si no aceptaban la oferta de los españoles. Tras el retorno de la democracia nunca se investigó este oscuro episodio, que según siempre se sospechó habría enriquecido indebidamente a José Gil Día, entonces presidente del BCU.
(8) Bértola, Luis. Ver bibliografía.
(9) Sólidas fuentes testimoniales me inclinan a dar por buena la segunda de las hipótesis planteadas, aunque aún así la primera no se invalida. Numerosos testimonios que he recogido señalan, por ejemplo, que Bruno Ugliengo, el italiano que en representación de los capitales de ese origen se desempeñó como primer gerente general de la textil, no ponía demasiado empeño en ocultar su admiración por el régimen de Mussolini.
(10) La anécdota me fue comentada por Juan Carlos Fraschini, hijo de Julio César Fraschini, uno de los fundadores e integrante del directorio en forma ininterrumpida desde la fundación hasta su venta al grupo Oetker.
Bibliografía:
Bértola, Luis. La industria manufacturera uruguaya 1913-1961: un enfoque sectorial de su crecimiento, fluctuaciones y crisis. Montevideo, Facultad de Ciencias Sociales (Udelar), 1991.
Faraone, Roque. De la prosperidad a la ruina. Montevideo, Arca, 1987.
Jacob, Raúl. Los grupos económicos en la industria cervecera uruguaya: Una perspectiva histórica. Montevideo, Facultad de Ciencias Sociales (Udelar), 1999.
Leal, Jorge. La crisis de la sociedad salarial, un complejo tránsito desde la integración hacia la vulnerabilidad social: el caso de Uruguay. Granada (España), Editorial de la Universidad de Granada, 2010.
Morales Bartaburu, Rodrigo. Del saladero nacional al frigorífico extranjero. Paysandú, Edición electrónica (rodrigomoralesbartaburu@blogspot.com), 2010.
Narancio, Edmundo y Capurro Calamet, Federico. Historia y análisis estadístico de la población del Uruguay. Montevideo, Peña y Cía, 1939.
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Rodrigo Morales Bartaburu
Queda autorizada la reproducción total o parcial de este trabajo citando la fuente.
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