Por Guzmán Morales
Se murió Steve Jobs. Frente a las numerosas preguntas que nos pueden surgir sobre este personaje, intentaré esbozar una respuesta sobre la primera y quizás más básica de las interrogantes: ¿a quién le ganó Steve Jobs?
Si bien esta simple pregunta en algunos ámbitos nos expondría a un abucheo general y a que una lluvia de artefactos blancos cayera sobre nuestras cabezas, parece el momento ideal para hacerla. Cabe aclarar que sería muy fácil poner bajo una lupa su vida personal y señalar actitudes moralmente discutibles –¿acaso Jobs nunca estuvo en un prostíbulo?- o analizar a fondo la gestión del “capital humano” de nacionalidad China de Apple, pero de esta tarea ya se encargarán sus biógrafos, quienes en estos momentos frotan sus manos esperando invadir -acaso en un mes o… ¿ayer?- el mundo entero con sus libros con manzanas impresas en inmaculadas tapas blancas.
Al parecer, Jobs y Steve Wozniak fundaron la empresa Apple, aunque tendremos que esperar la película sobre su vida para saber si no le robaron la idea a algún compañero de departamento o algo por el estilo. El objetivo que se plantearon era, para 1976, totalmente revolucionario: hacerle llegar a cada individuo las bondades de la informática y la tecnología; claro, en la medida que éstos pudiesen pagar por ello. A decir verdad el propósito no dista demasiado del que se propuso el popular Bill Gates cuando comenzó con su proyecto de Microsoft, pero como nos indica ese “gran sponsor que es la muerte”, éste es el momento de Steve. Más allá de algunas idas y vueltas el negocio de Apple fue meteórico, y en 2010 la empresa de la manzana obtuvo ingresos por 65.230 millones de dólares, esto es una vez y media el PBI uruguayo.
Pero en realidad Jobs no inventó ni los reproductores de música, ni las computadoras y muchísimo menos los teléfonos móviles. Además, los productos de Apple no aportan tecnológicamente nada nuevo y son bastante más caros que los de sus competidores. Sin embargo incluyen una dosis de “otros encantos” de los que ciertos consumidores han quedado cautivos. Para ejemplificar sólo basta con repasar qué marca de reproductores de MP3 usan los deportistas más famosos cuando llegan a las competencias, o qué teléfonos móviles y laptops llevan las estrellas de cine e incluso los políticos. Es que con una puntería envidiable, Jobs disparó productos a un sector específico del mercado: narcisista, de buen poder adquisitivo y con “necesidades” tecnológico-estéticas insatisfechas.
Si bien la convicción de que el diseño y la estética pueden estar presentes en todos los artículos y objetos con los que convivimos estaba en la génesis del movimiento moderno de principios del siglo XIX -y esto tampoco sería una invención de Jobs-, aprovechando las bondades de la economía global él supo inyectarle a ese antiguo cóctel una buena dosis de alquimia consumista.
De la misma manera que muchas de las joyas originariamente tenían carácter meramente funcional, estas computadoras, reproductores de música o teléfonos fueron posteriormente convertidos en objetos cada vez más decorativos, donde lo ornamental y simbólico comenzó a prevalecer sobre la función. Con la delgadez y la redondez como valores estéticos, el plástico blanco como material precioso y las manzanas luminosas como verdaderas gemas, el señor Jobs acuñó cada uno de sus diseños sabiendo exactamente lo que esas joyas podían simbolizar para sus compradores: la pertenencia a un grupo o a un estatus, como lo han hecho los amuletos, las joyas o los automóviles desde hace tiempo. Esta capacidad para tomarle el pulso a uno de los sectores de consumo global con más influencia y poder le redituó una fortuna personal valuada en 6500 millones de dólares.
El fanatismo y la adulación presente en la cobertura mediática que la muerte de Jobs desató son exagerados, están bastante más allá de sus propios logros y nos hace pensar que lo que fabrica Apple es algo más que objetos. Lamentablemente no es así. La adhesión a las marcas, como verdaderas religiones, es uno de los rasgos más influyente que la cultura norteamericana ha exportado a todo el mundo desde fines de la década de 1940. En las últimas semanas miles de perfiles en las redes sociales cambiaron sus fotos por la del recientemente fallecido y sus frases, que a veces arrancadas de su contexto se nos presentaron como mandamientos mesiánicos incuestionables del mundo en que vivimos. Una de las pocas invenciones genuinas de Apple es que sus productos -o la gran mayoría de ellos- no vienen acompañados de instructivos, sobrentendiendo una complicidad con sus consumidores y dando un guiño de bienvenida al club. Pero lo que tampoco nos advierten estas joyas tecnológicas, ni el señor que nos las vende, es que lo que poseemos en buena medida nos posee a nosotros. Porque como advierten algunas filosofías milenarias, las cosas que tenemos nos demandan un vínculo recíproco y por ende ellas también nos tienen a nosotros, y a cambio de esto ni siquiera nos aseguran la felicidad.
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Guzmán Morales Geninazza (guchimorales@gmail.com)
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