Para la semana que viene les
prometo la segunda parte del trabajo De Fray Bentos a Santa Elena; de Liebig`s a
Kemmerich.
También quiero comentarles del cambio de enfoque de este blog. La idea es tratar de darle otros contenidos, subiendo artículos periodísticos
destacados, colaboraciones sobre política nacional e internacional y cuentos. A
cuenta de mayor cantidad, van dos breves e ingeniosos cuentos del
estadounidense Frederic Brown, un olvidado de la literatura
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¡Aprended geometría!
de Fredric Brown
Seguramente lo suspenderían
al día siguiente. Cuanto más estudiaba geometría, menos la comprendía. Había
fracasado ya dos veces. Con seguridad lo echarían de la Universidad.
Sólo un milagro podía
salvarlo. Se enderezó.
¿Un milagro? ¿Por qué no?
Siempre se había interesado por la magia. Tenía libros. Había encontrado
instrucciones muy sencillas para llamar a los demonios y someterlos a su voluntad.
Nunca había probado. Y aquel era el momento o nunca. Tomó de la estantería su
mejor obra de magia negra. Era sencillo. Algunas fórmulas. Ponerse a cubierto
en un pentágono. Llega el demonio, no puede hacernos nada y se obtiene lo que
se desea.
- ¡El triunfo es vuestro!
Despejó el piso retirando los
muebles contra las paredes. Luego dibujó en el suelo, con tiza, el pentágono
protector. Por fin pronunció los encantamientos.
El demonio era verdaderamente
horrible, pero Henry se armó de coraje.
- Siempre he sido un inútil
en geometría -comenzó…
- ¡A quién se lo dices! -replicó
el demonio, riendo burlonamente.
Y cruzó, para devorarse a
Henry, las líneas del hexágono que aquel idiota había dibujado en vez del
pentágono.
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El vudú
de Fredric Brown
Había ido sola. Habían
decidido pasar un tiempo separados para arreglar luego amistosamente el
divorcio. Pero eso nada había cambiado. Se detestaban todavía un poco más que
antes.
- Divide en dos partes -exigió
firmemente la señora Decker-. La mitad de tu dinero y de tus bienes.
- Es ridículo -replicó con
aspereza el señor Decker.
- ¿Ridículo, eh? Si quisiera
lo tendría todo. En Haití, amigo mío, he estudiado vudú.
- ¿Y qué?
- Que si no fuera una mujer
honrada morirías por paralización del corazón. El vudú no deja huellas.
- ¡Tonterías! -exclamó con
superioridad el señor Decker.
- Pues bien, permíteme hacer
la prueba. ¡Dame un trozo de uña o de cabello y verás!
- ¡Patrañas! -afirmó el buen
señor Decker.
- Te hago una proposición.
Probamos. Si no da buen resultado, nos divorciamos y no pido nada. Si sale
bien, heredo y me voy muy agradecida.
- De acuerdo -dijo el
excelente señor Decaer.
- Trae cera y un alfiler.
Se miró las uñas.
- Demasiado cortas. Te daré
un cabello.
Fue al cuarto de baño y
volvió con un cabello en un tubo de aspirina. La señora Decker había ablandado
ya la cera. Hundió en ella el cabello y luego la modeló groseramente en forma
de ser humano.
- Lo lamentarás -aseguró,
mientras hundía la aguja en el pecho de la estatuita.
El señor Decker se
sorprendió, pero de manera agradable. No creía en el vudú, pero era prudente.
Además, siempre le había irritado que su mujer no limpiase nunca el peine.