martes, 3 de enero de 2012

Año nuevo, blog nuevo


Para la semana que viene les prometo la segunda parte del trabajo De Fray Bentos a Santa Elena; de Liebig`s a Kemmerich. 
También quiero comentarles del cambio de enfoque de este blog. La idea es tratar de darle otros contenidos, subiendo artículos periodísticos destacados, colaboraciones sobre política nacional e internacional y cuentos. A cuenta de mayor cantidad, van dos breves e ingeniosos cuentos del estadounidense Frederic Brown, un olvidado de la literatura  

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¡Aprended geometría!
de Fredric Brown

Henry miró el reloj, a las dos de la mañana cerró el libro desesperado.
Seguramente lo suspenderían al día siguiente. Cuanto más estudiaba geometría, menos la comprendía. Había fracasado ya dos veces. Con seguridad lo echarían de la Universidad.
Sólo un milagro podía salvarlo. Se enderezó.
¿Un milagro? ¿Por qué no? Siempre se había interesado por la magia. Tenía libros. Había encontrado instrucciones muy sencillas para llamar a los demonios y someterlos a su voluntad. Nunca había probado. Y aquel era el momento o nunca. Tomó de la estantería su mejor obra de magia negra. Era sencillo. Algunas fórmulas. Ponerse a cubierto en un pentágono. Llega el demonio, no puede hacernos nada y se obtiene lo que se desea.
- ¡El triunfo es vuestro!
Despejó el piso retirando los muebles contra las paredes. Luego dibujó en el suelo, con tiza, el pentágono protector. Por fin pronunció los encantamientos.
El demonio era verdaderamente horrible, pero Henry se armó de coraje.
- Siempre he sido un inútil en geometría -comenzó…
- ¡A quién se lo dices! -replicó el demonio, riendo burlonamente.
Y cruzó, para devorarse a Henry, las líneas del hexágono que aquel idiota había dibujado en vez del pentágono.

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El vudú
de Fredric Brown

La esposa del señor Decker volvió de Haití.
Había ido sola. Habían decidido pasar un tiempo separados para arreglar luego amistosamente el divorcio. Pero eso nada había cambiado. Se detestaban todavía un poco más que antes.
- Divide en dos partes -exigió firmemente la señora Decker-. La mitad de tu dinero y de tus bienes.
- Es ridículo -replicó con aspereza el señor Decker.
- ¿Ridículo, eh? Si quisiera lo tendría todo. En Haití, amigo mío, he estudiado vudú.
- ¿Y qué?
- Que si no fuera una mujer honrada morirías por paralización del corazón. El vudú no deja huellas. 
- ¡Tonterías! -exclamó con superioridad el señor Decker.
- Pues bien, permíteme hacer la prueba. ¡Dame un trozo de uña o de cabello y verás!
- ¡Patrañas! -afirmó el buen señor Decker.
- Te hago una proposición. Probamos. Si no da buen resultado, nos divorciamos y no pido nada. Si sale bien, heredo y me voy muy agradecida.
- De acuerdo -dijo el excelente señor Decaer.
- Trae cera y un alfiler.
Se miró las uñas.
- Demasiado cortas. Te daré un cabello.
Fue al cuarto de baño y volvió con un cabello en un tubo de aspirina. La señora Decker había ablandado ya la cera. Hundió en ella el cabello y luego la modeló groseramente en forma de ser humano. 
- Lo lamentarás -aseguró, mientras hundía la aguja en el pecho de la estatuita.
El señor Decker se sorprendió, pero de manera agradable. No creía en el vudú, pero era prudente. Además, siempre le había irritado que su mujer no limpiase nunca el peine.