RAZÓN SOCIAL
Algún desprevenido quizás considere que en aquellos años el nombre de
las empresas constituía un elemento trivial, poco trascendente. Nada más
alejado de la realidad; máxime en el caso de actividades productivas vinculadas
a tecnologías emergentes, donde la razón social o la marca del producto
encarnaba un componente de gran valor referencial que en muchos casos confería
algún tipo de consideración accesoria. Es que las corrientes filosóficas
positivistas, de tanta aceptación e influencia en la época, confiaban en las
ciencias tangibles (o positivas) casi ilimitadamente al considerar que su auge
terminaría favoreciendo el pleno desarrollo de las virtudes humanas.
El efectivo progreso científico y tecnológico de esos años trajo
aparejado el surgimiento del “sistema industrial”, y la seguridad que depositó
en sus bondades la nueva sociedad urbana que comenzaba a surgir en ciertos
países de Europa (Gran Bretaña, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Francia, Alemania)
y en EEUU, terminó consolidando un sentimiento de absoluta e infinita
certidumbre en la moderna tecnología industrial de base científica.
En consecuencia, hacer mención en la razón social de las empresas a
doctos reconocidos (o en otros casos utilizarlos como marca de fábrica) no eran
actitudes antojadizas ni caprichosas sino decisiones meditadas e intencionales
que pretendían transmitir y reafirmar, en la masa de consumidores, conceptos y
símbolos representativos de la sociedad industrial que terminó de moldearse en
el correr de la segunda mitad del siglo XIX.
Pero si el sector de la producción alimenticia ocupaba un lugar de
privilegio en el círculo áulico del sistema manufacturero, dentro de él la
nueva industria de la carne era probablemente la actividad antonomástica por
sus efectos, alcances y derivaciones. Y puesto que el doctor Eduardo Kemmerich
era por entonces un científico de cierta reputación en temas vinculados a la
química orgánica y la microbiología -campos en los que había brillado su
compatriota Justus Von Liebig-, colegimos que la afinidad influyó al momento de
decidir el nombre de la nueva empresa.
Abstrayéndonos de la significativa diferencia académica que medió entre
ambos hombres de ciencia, una y otra razón social -Liebig’s Extract of Meat
Company Limited y Compagnie des Produits
Kemmerich, Sociéte Anonyme- hacían explícita referencia a ellos en su
denominación y también en los envases en los que se vendían sus productos que
llevaban estampadas las firmas de Justus Von Liebig y Eduardo Kemmerich. En las
postrimerías de ese siglo XIX caracterizado por el auge del positivismo y la
seguridad en las posibilidades de las ciencias aplicadas era un buen inicio
para el ulterior mercadeo del producto, que se desarrollaría a partir de
ciertas muletillas efectistas tales como “la ciencia al servicio de la
alimentación”.