lunes, 12 de marzo de 2012

De Fray Bentos a Santa Elena; de Liebig`s a Kemmerich (5ª parte)


RAZÓN SOCIAL

Algún desprevenido quizás considere que en aquellos años el nombre de las empresas constituía un elemento trivial, poco trascendente. Nada más alejado de la realidad; máxime en el caso de actividades productivas vinculadas a tecnologías emergentes, donde la razón social o la marca del producto encarnaba un componente de gran valor referencial que en muchos casos confería algún tipo de consideración accesoria. Es que las corrientes filosóficas positivistas, de tanta aceptación e influencia en la época, confiaban en las ciencias tangibles (o positivas) casi ilimitadamente al considerar que su auge terminaría favoreciendo el pleno desarrollo de las virtudes humanas.
El efectivo progreso científico y tecnológico de esos años trajo aparejado el surgimiento del “sistema industrial”, y la seguridad que depositó en sus bondades la nueva sociedad urbana que comenzaba a surgir en ciertos países de Europa (Gran Bretaña, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Francia, Alemania) y en EEUU, terminó consolidando un sentimiento de absoluta e infinita certidumbre en la moderna tecnología industrial de base científica.      
En consecuencia, hacer mención en la razón social de las empresas a doctos reconocidos (o en otros casos utilizarlos como marca de fábrica) no eran actitudes antojadizas ni caprichosas sino decisiones meditadas e intencionales que pretendían transmitir y reafirmar, en la masa de consumidores, conceptos y símbolos representativos de la sociedad industrial que terminó de moldearse en el correr de la segunda mitad del siglo XIX. 
Pero si el sector de la producción alimenticia ocupaba un lugar de privilegio en el círculo áulico del sistema manufacturero, dentro de él la nueva industria de la carne era probablemente la actividad antonomástica por sus efectos, alcances y derivaciones. Y puesto que el doctor Eduardo Kemmerich era por entonces un científico de cierta reputación en temas vinculados a la química orgánica y la microbiología -campos en los que había brillado su compatriota Justus Von Liebig-, colegimos que la afinidad influyó al momento de decidir el nombre de la nueva empresa.
Abstrayéndonos de la significativa diferencia académica que medió entre ambos hombres de ciencia, una y otra razón social -Liebig’s Extract of Meat Company Limited y  Compagnie des Produits Kemmerich, Sociéte Anonyme- hacían explícita referencia a ellos en su denominación y también en los envases en los que se vendían sus productos que llevaban estampadas las firmas de Justus Von Liebig y Eduardo Kemmerich. En las postrimerías de ese siglo XIX caracterizado por el auge del positivismo y la seguridad en las posibilidades de las ciencias aplicadas era un buen inicio para el ulterior mercadeo del producto, que se desarrollaría a partir de ciertas muletillas efectistas tales como “la ciencia al servicio de la alimentación”.