lunes, 31 de enero de 2011

Del saladero nacional al frigorífico extranjero (7ª entrega)

IX 

AFIANZAMIENTO DEL FRIGORÍFICO Y DECADENCIA SALADERIL (1912-1914) 

Vista actual de lo que fueron las instalaciones del
Frigorífico Montevideo S.A. de la norteamericana Swift.
Nunca antes en la historia económica del Uruguay se había producido un cambio de la envergadura y magnitud como el acaecido en la industria de la carne entre 1912 y 1914. En tan breve lapso veremos caer el saladero, inequívoco representante de la actividad manufacturera más antigua, de capital mayoritariamente nacional, desde la cúspide en la que por derecho propio se había entronizado antes incluso de la misma existencia del Estado uruguayo, al abismo más profundo. Allí deambulará por algunos años padeciendo los estertores de los condenados a morir, para finalmente desaparecer casi sin dejar rastros. 
Al tiempo que los viejos establecimientos transformadores de la riqueza pecuaria oriental languidecían y sus propietarios, obreros y empleados contemplaban estupefactos, solos y abandonados cómo se esfumaban empresas, capitales y fuentes de trabajo, el frigorífico se elevaba al sitial vacío que inopinadamente debió abandonar el saladero. 


EL CONTEXTO INTERNACIONAL Y LA SITUACIÓN ARGENTINA 

El acuerdo alcanzado entre los frigoríficos norteamericanos y británicos a fines de 1911 que puso fin a la primera “Guerra de la carne” no duró mucho más allá del plazo de un año por el que había sido acordado. En febrero de 1913 tras completar la ampliación de las instalaciones del Frigorífico La Blanca, la norteamericana Armour solicitó un aumento del 50% en su cuota de embarque en detrimento de la porción correspondiente a los frigoríficos británicos.(67) Puesto que la contraoferta del 10% efectuada por éstos fue rechazada, el 5 de abril de 1913 concluyó el “primer pool” y se desencadenó la segunda “Guerra de la carne”. 
Un mes más tarde el mercado inglés se inundó de carne fresca y los precios en Smithfield descendieron de manera preocupante. 


PRESIONES BRITÁNICAS 

Viendo el cariz que adquirían los acontecimientos, los frigoríficos de capital británico y sus aliados locales buscaron el respaldo de las autoridades argentinas.
A consecuencia de las presiones políticas y comerciales, el 13 de mayo de 1913 el legislador Carlos Carlés volvió a desplegar el proyecto de ley “antitrust” destinado a prohibir todo tipo de acción conjunta en el negocio de los frigoríficos, exhumando el viejo articulado que junto a su hermano Manuel habían presentado infructuosamente en 1909 en la Cámara de Diputados. 
En junio, el diputado Juan J. Atencio solicitó autorización para interpelar al ministro de Agricultura acerca de la existencia de un “trust” de la carne en la Argentina, abriéndose un áspero debate en el Parlamento entre los defensores de los frigoríficos norteamericanos y británicos, protagonizado por Abel Bengolea, Estanislao Zeballos, el socialista Juan B. Justo y los nombrados Carlés y Atencio. Pronto se conformó un comité parlamentario integrado por Juan J. Atencio, Emilio Frers, ex presidente de la Sociedad Rural, Carlos Carlés y Abel Bengolea, representante del Partido Conservador y presidente en ejercicio de la Sociedad Rural Argentina. Este último propuso tres medidas concretas: sancionar una ley antitrust, realizar un censo nacional ganadero para conocer con exactitud las existencias y por último investigar las prácticas comerciales de los frigoríficos exportadores en el mercado interno de hacienda. 
Todos los proyectos terminaron archivándose, lo cual significó una victoria de las compañías norteamericanas sobre sus competidoras británicas y anglo-argentinas, incapaces de contrarrestar la creciente influencia combinada de las primeras y de los ganaderos que las respaldaban. 
En junio de 1913 el presidente Roque Sáez Peña fue informado por el embajador británico en Buenos Aires, Reginald Tower, que el gobierno de Su Majestad miraría “con cordial interés cualquier acción que se emprenda para impedir el establecimiento, por parte de firmas extranjeras, de un monopolio en el comercio de exportación de carnes".(68) El anuncio de Tower fue acompañado por presiones de los frigoríficos británicos y de los argentinos históricamente aliados a éstos por acuerdos de exportación, sobre Adolfo Mugica, ministro de Agricultura. De extracción ganadera, el ministro contestó que no tomaría ninguna medida contra los norteamericanos “salvo que descubriera propósitos de trust”.(69) 
En su búsqueda de apoyos para contener la competencia norteamericana, los frigoríficos británicos recurrieron también a las autoridades del Reino Unido. Sin embargo éstas manifestaron su preocupación principalmente por el bienestar de los consumidores su país, de modo que tampoco percibieron la rivalidad entre los frigoríficos británicos y norteamericanos como negativa para los intereses de su país. 
Ante las presiones de los frigoríficos ingleses para que su gobierno resistiera el creciente poder del trust norteamericano de la carne, el Foreign Office(70) consultó a la Junta de Agricultura británica antes de adoptar una línea de acción definida. La propuesta de ésta, que sugirió alentar a las autoridades argentinas a limitar las exportaciones de cada frigorífico, no apuntaba tanto a ayudar a los establecimientos de capitales británicos sino a proteger a los ganaderos locales de la competencia extranjera e impedir la conformación de un monopolio en el comercio de carnes que perjudicara a los consumidores. El embajador británico en Buenos Aires cumplía con estas instrucciones cuando tuvo sus reuniones con los miembros del gobierno durante el mes de junio. 


LA POSTURA ARGENTINA 

A pesar de la presiones el gobierno argentino no adoptó una actitud decididamente antinorteamericana, y a modo de sucedáneo propuso a su par inglés una medida audaz y salomónica a la vez: reabrir el ingreso de ganado en pie al mercado británico como remedio a la posible monopolización de la oferta por parte de los frigoríficos. 
Desde la óptica argentina esta alternativa liberaría a los productores de los cuellos de botella del mercado, digitados tanto por los intereses británicos como por los norteamericanos. Según el ministro de Agricultura, Adolfo Mugica, la reapertura del comercio de ganado en pie hacia Gran Bretaña permitiría a los productores argentinos ofrecer carne de categoría, aún más barata que la “chilled” vendida por los frigoríficos norteamericanos. A partir del ingreso de hacienda viva para ser sacrificada en la misma Gran Bretaña, se generaría competencia de precios evitando la formación de un monopolio por parte de los frigoríficos norteamericanos y, en consecuencia, bajaría el valor de la carne beneficiando los extremos de la cadena: los productores pecuarios argentinos y los consumidores ingleses.(71) De todas maneras, los primeros se vieron beneficiados por los excelentes precios que acompañaron la explosión exportadora devenida tras el inicio de la segunda guerra de las carnes. Para los ganaderos argentinos la competencia entre los frigoríficos era más conveniente que el “pool”, de modo que no tenían interés que se tomara medida alguna para poner fin al conflicto. 
Del mismo modo que durante la primera, autoridades y ganaderos argentinos no evidenciaron en esta segunda “Guerra de la carne” una postura unánimemente favorable a uno u otro de los bandos en pugna. Existieron firmes defensores de los intereses británicos dentro y fuera del gobierno argentino, como también los hubo de los norteamericanos. Según Peter Smith la división entre ganaderos probritánicos y pronorteamericanos respondió más al hábito que a la función: algunos estancieros comerciaban con los frigoríficos británicos y otros con los norteamericanos. 


EL SEGUNDO “POOL” 

Aunque la segunda “Guerra de la carne” consolidó la posición de los frigoríficos norteamericanos y éstos dirigían sus productos básicamente al mercado inglés, los de capital británico también exportaban a EEUU. Tan es así que el primer embarque de carne argentina a ese destino, efectuado el 21 de agosto de 1913, fue concretado por el establecimiento británico de los hermanos Drabble. 
Pero a pesar de la ostensible expansión de los frigoríficos norteamericanos, la posición de los británicos se fortaleció por procesos de fusión. A comienzos de 1914 los frigoríficos de los Nelson y los Drabble, The Las Palmas Produce Company Limited y The River Fresh Meat Company Limited respectivamente, se unificaron conformando The British and Argentine Meat Company Limited, conocida luego como Vestey Brothers,(72) estando también asociada en la operación la compañía naviera británica The Royal Mail Steamship Company Limited. 
Vigorizadas las empresas de capital británico por un proceso de concentración, sus competidoras norteamericanas desearon renovar las negociaciones para volver a establecer cuotas de participación en la exportación de carne argentina. Tras largas reuniones efectuadas en Londres y Chicago entre marzo y abril de 1914, al fin se alcanzó un arreglo por el que se asignaba una cuota del 58,5% de los embarques a los frigoríficos norteamericanos, 29,64% a los británicos y 11,86% a los argentinos. 


EVOLUCION DE LA FAENA URUGUAYA 

En sus 7 zafras bajo control del capital nacional (1905-1911) la faena de La Frigorífica Uruguaya S.A. significó en promedio el 2,6% del total de los vacunos sacrificados anualmente por el conjunto de las empresas destinadas a elaborar carnes para la exportación, que además del referido único frigorífico incluía los saladeros y la inglesa Liebig’s de Fray Bentos. 
Ya en propiedad de la anglo-argentina Compañía Sansinena de Carnes Congeladas, la actividad del frigorífico uruguayo se volcará decididamente hacia el vacuno, pasando la faena de 23.231 reses en 1911 -último año en poder uruguayo- a 64.358 reses en 1912, lo que representa un incremento del 277%. 

Faena de vacunos 

1911 

446.600 (Saladeros) 
111.600 (Liebig’s Extract of Meat Co. Ltd.) 
  23.231 (La Frigorífica Uruguaya S.A.) 
  .......    (Frigorífico Montevideo S.A.) 


1912 

435.600 (Saladeros)
115.600 (Liebig’s Extract of Meat Co. Ltd.)
  64.358 (La Frigorífica Uruguaya S.A.) 
    4.123 (Frigorífico Montevideo S.A.) 


1913 

253.600 (Saladeros) 
  81.100 (Liebig’s Extract of Meat Co. Ltd.) 
  52.765 (La Frigorífica Uruguaya S.A.)
  88.456 (Frigorífico Montevideo S.A.)


1914 

110.086 (Saladeros)
  59.000 (Liebig’s Extract of Meat Co. Ltd.) 
  91.602 (La Frigorífica Uruguaya S.A.) 
186.784 (Frigorífico Montevideo S.A.) 


Si las faenas de 1912 supusieron un toque de atención para el futuro del saladero, las de 1913 constituyeron el punto de inflexión de la supremacía de la vieja industria. Ahora con la presencia de dos empresas, por un lado La Frigorífica Uruguaya S.A. en manos extranjeras desde julio de 1911 y por el otro el novísimo Frigorífico Montevideo S.A. propiedad de la multinacional norteamericana Swift & Company, integrante junto a Morris, Cudahy, Wilson y Armour del temido y poderoso “beef trust” de Chicago, la participación de ambos establecimientos en el conjunto de la faena de vacunos destinados a la industria trepa en la zafra de 1913 hasta al 30%. Y no sólo eso. Por primera vez desde 1905 -fecha de comienzo de las actividades del primer frigorífico- el tonelaje exportado de carne vacuna congelada superó al del tasajo.(73) 
Por último, como puede observarse en las cifras, en 1914 la tendencia delineada en los dos años precedentes terminó de arraigarse, sacrificando ese año los frigoríficos el 62% del total de los vacunos faenados por la industria de exportación. La reversión resultó tan concluyente que sólo el Frigorífico Montevideo S.A. procesó 186.784 reses, 17.689 cabezas más que Liebig’s y el conjunto de los saladeros sumados. 


EL NUEVO ESCENARIO REGIONAL NOS INCLUYE 

La dinámica realidad que vivía en estos años la industria de la carne en la Argentina, con poderosas fuerzas enfrentadas que pugnaban por el manejo de tan trascendente mercado proveedor, explican la transformación sucedida en este pequeño apéndice del área del Río de la Plata denominado Uruguay. 
Vimos cómo en el marco del conflicto interfrigorífico que se desarrollaba en Argentina dos contendientes ya instalados en aquel país -Swift y Sansinena- cruzaron el Río de la Plata para pugnar por el control de La Frigorífica Uruguaya S.A., y que al quedar los norteamericanos con las manos vacías construyeron en tiempo récord el Frigorífico Montevideo S.A., cuya primera zafra a pleno fue la de 1913. 
El “primer pool” concretado a fines de 1911 por los empresarios de los frigoríficos establecidos en la Argentina tenía como único propósito, en palabras poco verosímiles de los propios acordantes, “el reparto en las bodegas de los buques frigoríficos”. Pero en realidad se trataba de la cuotificación de los volúmenes de carne que embarcaba cada empresa, según su capital de origen, a Gran Bretaña. Recordemos que el acuerdo establecía 41,35% para las empresas norteamericanas, 40,15% para las británicas y 18,5% para las argentinas. 
Estos pactos o arreglos establecidos en principio para las carnes argentinas, por obvias razones geopolíticas, históricas y económicas también incluyeron los embarques a realizarse desde el Uruguay. De esta manera, convertidos en sujetos pasivos de lo que se acordaba fuera del territorio uruguayo y no necesariamente en consonancia al interés nacional, los frigoríficos instalados en el país o los que se radiquen en el futuro inmediato y mediato(74), regularán sus faenas en función de lo que se establezca en Londres, Chicago o, en el mejor de los casos, en la gerencia regional de las empresas radicadas todas en Buenos Aires. 
Pese a la preponderante participación británica en el conjunto de su paquete accionario el acuerdo consideró a la Compañía Sansinena como empresa argentina, entre otras razones por estar en mano de inversionistas nacionales parte del capital societario, poseer un directorio constituido por argentinos y extranjeros, pero todos residentes en el país, y funcionar en Piedad 455 (hoy Bartolomé Mitre), pleno microcentro porteño, la administración general de todas sus actividades. 
El importante volumen de faena aportado por los frigoríficos de Sansinena dedicados al vacuno(75) -La Negra de Avellaneda, Cuatreros de Bahía Blanca y La Frigorífica Uruguaya de Montevideo- le permitió acceder al 13,95% de los embarques totales de la región, algo más del 75% del 18,5% acordado al conjunto de las empresas de capital argentino. 
Cumplida en 1912 la primera zafra de La Frigorífica Uruguaya S.A. con el control accionario de la Compañía Sansinena de Carnes Congeladas, la misma se desarrolló bajo el paraguas del “primer pool”. Actuando sin competencia en el mercado de la buena hacienda mestizada, el establecimiento de Punta de Sayago reguló la matanza en función del cupo otorgado al conjunto de sus tres plantas radicadas en el área del Río de la Plata, distribuyéndola entre ellas de acuerdo a conveniencia o necesidad interna. 
Las faenas de 1913 -segunda del período que nos ocupa- que contaron con la participación del nuevo establecimiento de capital norteamericano, se efectuaron casi íntegramente dentro de los parámetros establecidos en el acuerdo de bodegas firmado a fines de 1911 por el plazo de un año. 
Secciones ultramodernas destinadas a la elaboración de variados tipos de carnes conservadas que permitían obtener un alto rendimiento económico aún de aquellos novillos poco mestizados y por lo tanto no aptos para el mercado inglés, y la menor capacidad de faena instalada en Argentina pero con una mayor participación porcentual en la distribución de bodegas respecto a Sansinena, permitieron a Swift -por medio de su controlado Frigorífico Montevideo S.A.- en su primer año de actividad sacrificar un 67% más de vacunos que su rival anglo-argentino. 
Y si bien a principios de abril de 1913 -a poco menos de 2 meses de la finalización de la zafra- se rompió el “primer pool” tras rechazar los norteamericanos el 10% de aumento en su cuota contraofertado por los frigoríficos británicos y sus aliados argentinos en respuesta al pedido de Armour de un incremento del 50% en su participación, la repercusión del nuevo escenario en la plaza uruguaya se hará palpable recién en la faena de 1914.(76) 
Roto el acuerdo, estalló el conflicto. Al igual que en la primera guerra interfrigorífica, norteamericanos, británicos y anglo-argentinos se enfrascaron en una dura competencia por acaparar el tope de exportaciones al mercado de Gran Bretaña. Esta vez la lucha no se circunscribió al territorio de la República Argentina sino que también incluyó al Uruguay y sus haciendas. Así la zafra de 1914 se desenvolvió en este nuevo contexto, decididamente inédito para nuestro país. 
Por su mayor poderío económico-financiero, los norteamericanos del Frigorífico Montevideo S.A. coparon la banca comprando todo tipo de ganado vacuno.(77) Trabajando a pleno y aún más, el establecimiento de Swift intentó desplazar al comparativamente débil frigorífico de Sansinena acumulando el máximo de participación en el pequeño mercado oriental. Para ello, además del tradicional novillo mestizo que consumía Gran Bretaña también faenó mestizones y criollos, que por su baja calidad mayoritariamente terminaban recalando en la sección conserva del establecimiento. 
Las cifras de faena revelan la magnitud del cambio. La contribución porcentual de los diferentes actores de la industria de la carne se trastocó por completo. La violenta transformación acaecida en la estructura de la faena uruguaya produjo una onda expansiva que conmocionó todos los sectores de la vida nacional. 


LA EVALUACIÓN DE LOS SALADERISTAS 

Aunque la industria del tasajo atravesaba desde el mismo comienzo del siglo XX un período de baja rentabilidad en un marco donde el resultado del negocio se volvía año tras año más imprevisible, la irrupción en la faena de 1912 de los capitales anglo-argentinos tras la compra del paquete accionario de La Frigorífica Uruguaya S.A. no generó entre los saladeristas una intranquilidad desmedida. 
El carácter nacional de la industria tasajera, con propietarios establecidos en el país que dirigían personalmente sus empresas, otorgaba a la casi unanimidad de ellos un profundo y cabal conocimiento del momento que atravesaba la ganadería uruguaya, embarcada en un proceso de mestización aún en ciernes que producía escasa cantidad de animales aptos para el frigorífico. El acertado diagnóstico de la realidad ganadera era apenas un ingrediente del análisis global. Incapaces de comprender la magnitud del cambio que se avecinaba, los saladeristas tampoco miraron más allá de los límites estrechos de nuestro territorio. De haber podido examinar con detenimiento y sin prejuicios la dinámica situación argentina, con colosales capitales extranjeros empeñados en controlar su industria cárnica, quizás -y sólo quizás- hubieran podido avizorar o prever los hechos que pronto los desestabilizarían. 
Es cierto que desde la llegada de los norteamericanos a la industria frigorífica argentina la prensa montevideana seguía con presteza los acontecimientos que se producían en la vecina orilla, informando e incluso editorializando sobre el conflicto interfrigorífico y los riesgos que podría acarrear el accionar monopólico del “beef trust” en nuestro territorio si finalmente decidía instalarse en él. Pero estas inquietudes, exteriorizadas en el plano teórico y declamativo, no tuvieron una expresión concreta acorde a las circunstancias que se vivían. 
La única iniciativa ambiciosa en esa dirección fue planteada en 1911 por José Batlle y Ordóñez y su ministro de Hacienda, Eduardo Acevedo, a poco de asumir aquél su segunda presidencia, proponiendo fundar un gran establecimiento frigorífico de capital mixto pero bajo control estatal.(78) Incluso más. Vimos en el capítulo VI a la mayoría de los saladeristas poderosos, Pedro Ferrés & Cía, Rodolfo Vellozo, Tabares & Cía, Alberto Santa María e hijos, boicotear el proyecto del ministro Eduardo Acevedo destinado a promover mercados alternativos para el tasajo. Cuando en 1913 por fin comprendan la dimensión de la amenaza que se cernía sobre la viabilidad de sus industrias, los saladeristas intentarán postreras acciones para sobrevivir. Será ya muy tarde y todas terminarán en el más rotundo de los fracasos: el saladero había sido condenado a desaparecer. La decisión que por acción u omisión resultó avalada por el conjunto de las clases dirigentes del país sin exclusión, no fue tomada por ninguna autoridad soberana ni coincidía con los intereses nacionales. Era, ni más ni menos, el precio que nos disponíamos a pagar por nuestra definitiva inserción en la modernidad y su flamante expresión, la nueva economía global. 


LA DEBACLE 

Vista en perspectiva, la zafra de 1912 constituyó una suerte de bisagra entre un ciclo que expiraba y otro que irrumpía. No obstante el crecimiento que ese año experimentaron las faenas de La Frigorífica Uruguaya S.A. su demanda aún mantuvo el tradicional perfil selectivo que caracterizaba a la nueva industria, permitiendo a los saladeros pelear el mercado de las haciendas mestizas asimilando la suba que experimentaron hasta el tope de sus posibilidades, pero con la tranquilidad de que los novillos criollos terminarían inexorablemente en su poder o en Liebig’s. 
En 1913 el axioma que sostenía que los animales de poca calidad o insuficiente peso no tenían otra salida más que el saladero trastabilló seriamente. La faena de la vieja industria, que en 1912 representaba el 89% del total de las reses sacrificadas con destino a la exportación, un año después significaba el 70%, pero si descontamos las 81.100 reses que pertenecen a la fábrica Liebig’s de Fray Bentos encontraremos que al conjunto de los saladeros únicamente les correspondió el 53% de los animales manipulados en 1913. 
Contrariamente a lo que pueda suponerse, la explicación de la magra faena saladeril no se agota en la presencia del nuevo frigorífico de Swift. Una vez más la crisis que aquejó los tradicionales mercados receptores de tasajo conspiró para que esto sucediera. En efecto, en 1913 la cotización del azúcar en el mercado internacional cayó en forma intempestiva un 25% conmoviendo las economías de Brasil y Cuba. La carne salada se convirtió en aquellos países en un artículo extremadamente caro, fuera del alcance de sus habituales consumidores. El jornal de un trabajador rural del nordeste brasilero era por entonces de unos 1.000 reis diarios, casi equivalente al valor del quilo de tasajo, que en el interior de Bahía o Pernambuco se vendía entre 850 y 950 reis. 
Aunque en 1914 el precio del azúcar se recuperó y con él la situación económica de Brasil y Cuba, los saladeros no pudieron recobrar los volúmenes de faena habitual. La guerra interfrigorífica entre los establecimientos de capital británico y norteamericano, la consecuente valorización de las haciendas y el incremento de los animales sacrificados por los frigoríficos desvaneció toda posibilidad, sumiéndolos en la agonía terminal. 
Las cifras de exportación de tasajo aquilatan la magnitud de la crisis saladeril. Mientras en 1912 las ventas al exterior significaron 38 millones de quilos, en 1913 se redujeron un 32% respecto al año anterior llegando a 26 millones y en 1914 apenas alcanzaron a 11 millones de quilos, un descenso del 71% y 58% en relación a 1912 y 1913 respectivamente. 


REACCIONES 

La dinámica realidad de estos años cimbraba toda la estructura de la industria cárnica. El saladero se conmovió. Removiendo costumbres comerciales de antigua data, sempiternas certezas laborales y pretéritas prácticas industriales, las transformaciones también acecharon el posicionamiento económico-social de los titulares de la vieja industria. 
Coejecutor del cambio, tampoco el frigorífico anglo-argentino estuvo ajeno a los reacomodamientos. Concretado el “primer pool” de la carne, el porcentual de bodega otorgado a la Compañía Sansinena de Carnes Congeladas, relativamente exiguo si lo comparamos con la capacidad de faena instalada que ostentaba el grupo, significó un golpe indirecto para La Frigorífica Uruguaya S.A. El establecimiento de Punta de Sayago además de ser el menor de los frigoríficos de la empresa, era asimismo el más anticuado. Ante las nuevas condiciones regionales, y en sintonía con el accionar de su casa matriz, el decano de los frigoríficos uruguayos intentará posicionarse en el mercado interno. 


DEL SALADERO 

En agosto de 1912 los saladeristas obtuvieron una pequeña victoria, la única en todo este período. Contando con el apoyo de los abastecedores capitalinos y los ganaderos conservadores, lograron impedir que la Municipalidad de Montevideo estableciera la obligatoriedad de vender al peso la totalidad de la hacienda que se comercializaba en la Tablada, medida requerida por los estancieros “progresistas” desde hacía casi un cuarto de siglo.(79) Las habituales ventas “a ojo” o “golpe de vista” permitían a los prácticos compradores de los saladeros y del abasto un mayor margen de acción, posibilitando la desvalorización de las buenas novilladas mestizas. 
Ante las desalentadoras perspectivas que presentaban los mercados tasajeros por la caída de los precios del azúcar en el mundo, al comenzar la zafra de 1913 -es decir fines de 1912-, en un intento desesperado por revertir la tendencia alcista que presentaba el mercado de hacienda, los saladeros de Montevideo amenazaron con retirarse en conjunto de las compras en la Tablada. Maniobra ineficaz en el pasado, lo volvió a ser ahora. La medida fue abortada por la activa presencia de los compradores de los frigoríficos y del saladero Tabares & Cía., que por tradición y política empresarial era habitualmente reacio a participar en ligas, pactos o cárteles y, en cambio, estaba siempre presto a mejorar su posicionamiento dentro del sector aún a costa de fagocitar colegas de actividad. 
Casi un año más tarde, muy próximos al inicio de la siguiente zafra, los empresarios con establecimientos emplazados en la frontera con Brasil que sacrificaban en buena proporción hacienda oriental de los departamentos del norte del país, decidieron adoptar una serie de acciones coordinadas. A ese efecto en octubre de 1913 se reunieron en Montevideo los saladeristas Francisco Anaya, Rodolfo Vellozo, Carlos Mendive, Rafael Tabares, Nelson Dickinson, José Nicolich, Emilio Calo, Hildebrando Ferreira y Marcelino Allende, orientales los seis primeros, brasileros los otros tres(80). Denominado de manera algo apresurada por cierta prensa como el “trust del tasajo”, estos industriales decidieron refundar el Centro Saladeril, creado originalmente en 1898 y de cuyo accionar hemos dado cuenta en el capítulo VI. ¿El propósito? El de siempre; por un lado vender la carne en Brasil a valores unificados y condiciones únicas y por el otro comprar las haciendas en forma colectiva y a un precio acordado. 
De inmediato surgieron vocingleras protestas. A las quejas de los estancieros de Cerro Largo, Rivera, Tacuarembó, Artigas y Salto pronto se sumó la voz de la “Unión de Criadores del Estado de Río Grande do Sul”, agrupación que nucleaba a los estancieros de aquel estado brasilero. Pero en diciembre de 1913, apenas comenzada la zafra de 1914, el Frigorífico Montevideo S.A. despachó compradores a los departamentos del norte del país. Esta acción terminó de sellar la suerte del acuerdo: la maniobra naufragó categóricamente. 


DE LOS FRIGORIFICOS 

Anotábamos que el acuerdo del “primer pool” otorgó a Sansinena una participación en los embarque de carne a Gran Bretaña que no se compadecía con las posibilidades de faena de sus frigoríficos, y que por características técnicas el establecimiento ubicado en el Uruguay resultó el primer perjudicado. 
A partir de esa constatación y en consonancia con la estrategia comercial regional adoptada por su compañía controlante(81), en 1912 La Frigorífica Uruguaya S.A. puso pie en el mercado interno.(82) 
El aumento del costo de vida y en particular el incremento experimentado por algunos componentes de la canasta familiar, incentivaron desde 1911 la instalación de ferias francas en distintos puntos de la capital del país. La iniciativa que contaba con el patrocinio de la Municipalidad de Montevideo, promovía la venta directa al público sin intermediarios, es decir de productor a consumidor. 
El negocio del abasto de Montevideo constituía un lucrativo negocio de no menos de 6,5 millones de pesos oro anuales. Con una dieta basada en la ingesta de carne vacuna -por entonces más de 120 quilos por persona y por año- y una población en constante aumento, el suministro de carne a la capital requería la faena de por lo menos 160.000 reses anuales de calidad buena y superior. Hasta la irrupción del frigorífico el abastecimiento estaba controlado por unos pocos pero fuertes matarifes, y las faenas se realizaban en el decrépito matadero municipal ubicado en la Barra de Santa Lucía. 
Al amparo de las ferias francas, en agosto de 1912 La Frigorífica Uruguaya S.A. manejaba allí 5 puestos de venta, donde el producto se comercializaba a valores entre un 25% y 30% por debajo que en las carnicerías de plaza. 
Incentivado por la buena acogida del público y arguyendo la mejor calidad de su carne, que ciertamente se obtenía en condiciones de higiene muy superiores a las del matadero de la Barra de Santa Lucía, la empresa solicitó autorización al Municipio de Montevideo para abrir nuevas bocas de expendio. 
Concientes del riesgo que se avecinaba, los matarifes pusieron el grito en el cielo y contraatacaron con dos argumentos, uno medianamente lógico, el otro parcialmente falaz. En el primero deslindaban responsabilidad sobre los elevados costos de la carne que proveían, endosándosela a las autoridades municipales: el mayor precio de su producto era directa consecuencia de la obligatoriedad de faenar en un establecimiento antiguo en el que no se podían valorizar adecuadamente los subproductos. En el segundo, dirigido a obtener el apoyo de consumidores y estancieros, argüían que los bajos precios de la carne en los puestos del frigorífico eran irreales y sólo durarían hasta su desaparición (la de los abastecedores). Una vez logrado el objetivo los valores volverían a aumentar, dado que sin oponentes La Frigorífica Uruguaya S.A. los manejaría a su antojo y conveniencia. Para los estancieros blandieron el temor del monopolio; al desdibujarse la competencia del abasto y ante la crisis que azotaba al conjunto de la industria tasajera, en la Tablada habría un único oferente para las haciendas de buena calidad: el frigorífico. 
Con fina astucia, los abastecedores de Montevideo deslizaron una tercera explicación destinada a conseguir el apoyo del gobierno nacional. Conocedores de la postura del presidente José Batlle y Ordóñez contraria al “empresismo británico”, recordaron que La Frigorífica Uruguaya S.A. era propiedad de capitales extranjeros y que sus utilidades no quedaban en el país sino que se giraban al exterior. 
Aunque no existe evidencia, es probable que este último argumento incidiera en la decisión final. En una resolución no exenta de tufillo nacionalista, a fines de agosto de 1912 el gobierno resolvió no autorizar la apertura de nuevos puestos de venta al frigorífico de Sansinena, no obstante permitió que siguieran en funcionamiento los que lo hacían hasta la fecha. 
Imposibilitada su expansión en el mercado doméstico, La Frigorífica Uruguaya S.A. debió limitarse a faenar para la exportación en función de los estrechos cupos otorgados por los “pools” de 1911 y 1914. 


CONSECUENCIAS 

Hemos examinado la evolución que tuvieron las faenas en este período, la mayor participación que le cupo al frigorífico y la menor del saladero. También las diferentes particularidades que tenían los mercados a los cuales exportaban sus productos ambas industrias. Mientras el tasajo producido por los saladeros nacionales tenía como destino los sectores más humildes de la población de Brasil y Cuba, sociedades con evidentes signos de producción precapitalista, la carne congelada elaborada por los frigoríficos extranjeros -con más razón la exclusiva enfriada o “chilled”-(83) estaba dirigida al rico consumidor británico. 
Al influjo de la primacía del frigorífico y algunas de sus derivaciones -posibilidad de pagar mejor la hacienda, negocios de alcance global, mayor capacidad económico-financiera, conflicto interfrigorífico y por esto último guerra de precios-, entre 1912 y 1914 se originó un incremento en los valores del ganado vacuno sin antecedentes en la historia del país. El novillo de 500 quilos por el que en 1912 se pagaba $ 30, en 1913 se abonó $ 40 y en 1914 llegó a $ 50. El quilo del animal en pie saltó de $ 0,06 a $ 0,10 en tres años, un aumento del 67%. 
Este fenomenal crecimiento de las cotizaciones que dejó fuera de competencia a la vieja industria del saladero, produjo un brusco trastorno en el poder adquisitivo de la población. Con una dieta familiar basada por tradición en el consumo de carne, su encarecimiento no dejó de provocar preocupación, perplejidad e indignación. En Montevideo y Buenos Aires el precio del quilo de carne al público, que en 1912 valía entre $ 0,15 y $ 0,20 saltó a $ 0,45 en 1914. Mientras esto acontecía en las dos capitales del Río de la Plata, los avatares de la guerra interfrigorífica provocaban un patético absurdo. En la mismísima Londres la carne “elegida” proveída por los frigoríficos establecidos en Argentina y Uruguay, y por lo tanto de ese origen, se vendía al público entre $ 0,12 y $ 0,20 el quilo. 
Empeñados en una auténtica lucha interimperial, con gran habilidad los “trust” de la carne trasladaron el costo de la contienda a los actores pasivos del conflicto, los países del Plata, que poco o ningún beneficio podían obtener de ella. 
El aumento del precio del vacuno actuó como disparador en los más diversos productos y ramas de actividad. Ciertos componentes básicos de la canasta familiar, pan y leche por ejemplo, vieron acrecidos su valor por el mayor monto que debieron pagar en concepto de arrendamiento tamberos y agricultores, derivación directa de la revalorización de los campos a partir del alza en el precio del vacuno, verdadero termómetro del valor de la tierra. 
La propiedad inmobiliaria urbana, en apariencia sin mayor relación con el sector rural, fue otro de los rubros en los que se observó una fuerte tendencia alcista. Parte de los cuantiosos superávit pecuniarios originados en la actividad ganadera en estos años de bonanza se volcaron en Montevideo a la construcción de viviendas de alquiler, y en sus adyacencias a la especulación con terrenos para loteo y fraccionamiento. 
Si, como siempre acontece, los principales afectados por este incremento del costo de vida resultaron los estratos más débiles de la sociedad, doblemente damnificados fueron los trabajadores de los saladeros de Montevideo y triple los del interior del país. 
La intempestiva consolidación del frigorífico significó el cierre de la mayoría de los establecimientos saladeriles, o en el mejor de los escenarios su aletargada sobrevivencia. Esto se patentizó en varios miles de desocupados. De acuerdo a nuestros cálculos, entre 1912 y 1914 se perdieron el 75% de los puestos de trabajo en la industria saladeril; esto es que tres de cada cuatro personas ocupadas en el sector quedaron desempleadas.(84) 
En Montevideo la crisis mostró toda su hondura en la zona de la Villa del Cerro, donde se generalizó la pobreza, alcanzando la desocupación índices hasta entonces jamás conocidos. La presión que ejercía la pléyade de obreros sin trabajo sobre el mercado laboral condujo a la primera reducción salarial de magnitud de nuestra historia, y los que aún trabajaban en los saladeros en 1914 recibían salarios inferiores a los vigentes en 1910.(85) 
Aunque se dilató un par de años, la situación de los desempleados de Montevideo terminó regularizándose. Al influjo de la obra pública emprendida por el gobierno del presidente José Batlle y Ordóñez y de la relativamente próspera coyuntura que atravesaba la economía uruguaya, la capital del país vivía un particular ciclo de efervescencia constructiva, muy dinámica en la creación de empleo. En 1916 la apertura del Frigorífico Artigas S.A. acabará resolviendo el problema. 
La desocupación generada en los departamentos de Paysandú y Salto, la otra importante región productora de tasajo del país, adquirió tintes más dramáticos, esbozándose desde entonces comportamientos que con el paso de los años se convertirán en reacciones automáticas ante circunstancias similares. 
A diferencia de Montevideo donde como señalábamos se crearon fuentes de trabajo alternativas, los obreros cesados de los saladeros del Litoral carecían de salida laboral. Según estimaciones propias, entre 1912 y 1914 los establecimientos saladeriles de Paysandú y Salto dejaron sin trabajo entre 2.500 y 3.000 personas, cifra altamente significativa en relación a la población de esas capitales departamentales. 
Algunas referencias en diarios de la época y ciertas pistas provenientes de la tradición oral hacen suponer que buena parte de esos obreros emigraron a la República Argentina. Habituados a la dura lid que imponía la tarea del saladero, su condición de trabajadores especializados los hacía requeridos en cualquier establecimiento dedicado a la producción de carnes. Casualmente por estos años dos importantes empresas ubicadas en la margen argentina del río Uruguay readecuaron y ampliaron las instalaciones, pocos quilómetros al norte de la ciudad de Paysandú uno, casi enfrente al saladero La Caballada de Salto el otro. 
Testimonios que hemos obtenido de descendientes directos nos permitieron establecer, con un alto grado de certeza, la emigración a la Argentina de un número revelador de obreros orientales desocupados a consecuencia de la crisis saladeril, para trabajar en la fábrica Liebig’s de Colón(86) o en el frigorífico Concordia de la homónima ciudad entrerriana. 


Refrencias:


(67) Es harto probable que en conocimiento de que el Congreso de los Estados Unidos estaba revisando el tarifado arancelario, con su solicitud Armour estuviera anticipándose a la apertura de ese mercado. De hecho a mediados de 1913 se concretó la abolición de los derechos de importación sobre la carne fresca, abriéndose el mercado norteamericano para los productos argentinos y para los cuantiosos “stock” que abarrotaban los depósitos de los frigoríficos rioplatenses en Gran Bretaña.

(68) Smith, Peter H. Op. Cit. 

(69) Ibid.

(70) Por Foreign Office se conoce al Ministerio de Relaciones Exteriores del Reino Unido. 

(71) Los argentinos siempre dudaron de las razones sanitarias esgrimidas por los británicos para prohibir el ingreso de ganado en pie a las islas. Cuando en enero de 1900 tras la aparición de un foco de fiebre aftosa en el rodeo vacuno argentino se dispone la primera veda a la introducción de hacienda viva procedente del Río de la Plata, autoridades de gobierno y gremialistas rurales argentinos sostendrán que la verdadera razón de la medida era proteger los intereses de los ganaderos ingleses y escoceses, de los frigoríficos británicos en suelo argentino o de ambos a la vez. Hay coherencia en la propuesta de abrir los puertos realizada por el ministro de Agricultura en 1913, coincide argumentalmente con los planteos de 1900. 

(72) Además de en Argentina, este poderosísimo grupo inglés poseía frigoríficos y/o grandes extensiones de tierra en Brasil, Venezuela, EEUU, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica y China. El 1 de agosto de 1924 se hará cargo del establecimiento de Liebig’s Extract of Meat Company Limited en Fray Bentos. 

(73) Esta aparente contradicción entre animales faenados y quilos exportados por unos y otros se explica fácilmente. A diferencia de la carne del frigorífico, que no experimenta mermas, el tasajo es carne deshidratada y tiene una relación de 1 a 2 respecto a la fresca. 

(74) La dialéctica conflicto-pools y la consecuente supeditación de los embarques de carne uruguaya a los argentinos estuvo de una u otra manera vigente hasta la Segunda Guerra Mundial, aunque desde la primera mitad de la década del ’30 existían entre Gran Bretaña y los países del Río de la Plata convenios sobre cuotas de exportación: el Roca-Runciman (de 1933) para Argentina y el Cosio-Runciman (de 1935) para Uruguay. Al estallar el conflicto en 1939 funcionaban en el Uruguay cuatro frigoríficos exportadores, de los cuales tres eran propiedad de multinacionales extranjeras, Frigorífico Swift (denominación adoptada en 1918 por el Frigorífico Montevideo), Frigorífico Artigas (de la norteamericana Armour) y Frigorífico Anglo del Uruguay (de la británica Vestey Brothers), y uno de capital estatal, el Frigorífico Nacional. Este último, fundado en 1929, alquiló y luego compró a la Compañía Sansinena las vetustas instalaciones de La Frigorífica Uruguaya S.A. Conocido también como Frigonal, marca bajo la cual comercializó sus productos, fue desde sus comienzos una empresa débil desde todo punto de vista, no llegando nunca a cumplir con los fines para los cuales fue creada. 

(75) A partir de la valorización de la tierra producto de la creciente importancia del vacuno y el avasallante desarrollo de la agricultura cerealera y oleaginosa, la cría del lanar en la tradicional zona agrícola-ganadera argentina se reduzco dramáticamente. Desplazada el grueso de la producción a la región patagónica, actuales provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego, las empresas cárnicas más importantes radicaron en aquella zona establecimientos dedicados exclusivamente al sacrificio de lanares. En 1912 Swift instala el Frigorífico Puerto San Julián y pocos años más tarde adquiere a la New Patagonia Meat & Cold Storage Company el Frigorífico Río Gallegos, fundado en 1910. Armour por su parte construye en 1914 el Frigorífico Puerto Santa Cruz. En oposición a las firmas norteamericanas radicadas todas en la costa atlántica argentina (provincia de Santa Cruz), a partir de la segunda década del siglo XX la británica Vestey pasará a controlar el Frigorífico Río Seco, ubicado en el región del Estrecho de Magallanes, que había sido fundado en 1905 por el South American Export Import Syndicate y en el que tenía participación la compañía naviera Houlder Brothers Line Company Limited. 

(76) A diferencia de Argentina donde si bien con altibajos los frigoríficos para exportación trabajaban durante todo el año, nuestra producción de ganado gordo tenía un marcado desenvolvimiento zafral, ratificación de la anacrónica y retrasada estructura productiva del agro uruguayo. Vale recordar que las zafras no coinciden con los años; la de 1914, por ejemplo, se iniciaba en octubre o noviembre de 1913 finalizando a fines de mayo de 1914, y así sucesivamente. 

(77) Las ventajas del Frigorífico Montevideo S.A. sobre La Frigorífica Uruguaya S.A. no se ciñeron sólo al mayor poderío económico de los norteamericanos. La planta de éstos, más moderna, eficiente y funcional que la de su competidor anglo-argentino, y la cauta política de retraimiento hacia el mercado interno exhibida ante el nuevo conflicto interfrigorífico por la Compañía Sansinena, también influyeron en la abismal diferencia que presentaron las faenas de uno y otro frigorífico en 1914. 

(78) Eduardo Acevedo fue el gran propulsor del frustrado emprendimiento. Activo y dispuesto, el ministro de Industrias de Batlle impulsó la conformación de un establecimiento modelo para preparar carne congelada, enfriada y todo tipo de conservas. El ambicioso proyecto preveía una inversión de 200.000 libras esterlinas (casi 1.000.000 de pesos oro) en equipamiento industrial y 300.000 libras (poco más de 1.400.000 pesos oro) en capital de giro. El Estado uruguayo integraría el 55% del patrimonio y el resto sería cubierto por accionistas británicos. A ese fin en mayo de 1911 se mandató a Federico Vidiella, embajador uruguayo en Gran Bretaña, a buscar en la “city” de Londres capitales interesados en participar del negocio. El objetivo principal del establecimiento controlado por el Estado sería regular el mercado de hacienda actuando como árbitro de la situación, impidiendo así la conformación de cualquier tipo de monopolio o “pool”. Cuando se daban los primeros pasos tendientes a su concreción, Swift & Company decide instalarse en el Uruguay fundando el Frigorífico Montevideo S.A.. Con dos frigoríficos en el país y por lo tanto creyendo aventado el peligro del monopolio, el gobierno de Batlle archiva el proyecto. 

(79) La negativa de los hacendados “conservadores” a la implantación obligatoria de la venta al peso se asentaba en una lógica retrógrada. En efecto, mientras el quilo de novillo en pie se pagaba 6 centésimos, el quilo de cuero valía entre 35 y 40 centésimos, y aunque el ganado mestizo rendía más carne y grasa que un criollo o mestizón, el cuero era proporcionalmente más liviano. El primer factor del animal que analizaba el comprador del saladero o el abasto era el rendimiento en cuero que le daría. Por tal razón se pagaba comparativamente más el animal criollo comprándolo “al bulto” en función del peso del cuero que al quilo de carne, en cuyo caso no se tenía en cuenta el peso del cuero. En realidad, más que perjudicar al ganado criollo la venta al peso reconocía el mayor rendimiento del mestizo, pero pedir que un hacendado “conservador” razonara de esa manera era demasiado: estaban todavía en la “edad del cuero”. 

(80) Tras la muerte de Rosauro Tabares acaecida en 1909, sus hijos -que ya trabajaban en la empresa- asumen el control absoluto de los saladeros de Tabares & Cía., Ramón encargándose del área de producción industrial y Rafael de los aspectos comerciales de la actividad. Desde su origen en 1897 la firma se había diferenciado de los colegas de actividad por la impronta que le impuso el fundador. Verdadero “self made man” de la época, hizo del trabajo, la fuerza y el tesón, características sobresaliente de su individualismo, un dogma que transfirió al quehacer cotidiano de sus saladeros. Convertida desde 1902 en una de las empresas productora de tasajo más importante e innovadora del Río de la Plata, Tabares & Cía. se mostró generalmente reacia a participar de acuerdos colectivos y/o a integrar convenios, ligas o cárteles. Por eso la presencia de Rafael Tabares en esta reunión es harto sugerente y prueba, una vez más, la crítica coyuntura por la que atravesaba la industria saladeril, incluso su principal y más poderoso exponente, el mismo que apenas un año atrás veíamos desbaratando la maniobra combinada que sus colegas intentaban articular en la Tablada de Montevideo, no muy diferente en el objetivo de deprimir los precios del ganado de la que ahora él mismo se proponía montar. 

(81) Por esos años la Compañía Sansinena inició en Argentina, más concretamente en Buenos Aires y área de influencia, una fuerte ofensiva comercial abriendo gran número de locales propios para la venta directa al público de carne y demás productos derivados que elaboraba. Apoyó la medida con una recordada campaña publicitaria que además de los famosos folletines con recetas de cocina y recomendaciones culinarias de “La Negra”, cuya presentación de marca era la figura del perfil izquierdo de la cabeza de una mujer negra, de cuyo lóbulo pendía un gran aro circular y en su interior se dibujaba en gran escala una s mayúscula, incluyó un tango instrumental especialmente compuesto para Sansinena por el reconocido Enrique Delfino y que obviamente se denominaba “La Negra”. 

(82) En 1910, cuando todavía estaba bajo control de los capitales nacionales fundadores, La Frigorífica Uruguaya S.A. había solicitado autorización para instalar puestos de venta al público. La presión de los abastecedores capitalinos, la irresolución de las autoridades municipales y la posterior venta del paquete accionario impidieron que la idea plasmara. 

(83) Uruguay no exportó carne tipo “chilled” o enfriada hasta la segunda década del siglo XX, en lo que significa una palmaria comprobación de la deficiente calidad de nuestros ganados. Recuérdese que esta carne se preparaba a partir de novillos precoces de no más de 3 años de edad y de muy buena a excelente calidad. Con una ganadería en otro estadio de evolución zootécnica, Argentina comenzó los embarques de “chilled” en 1908 apenas instalados los frigoríficos norteamericanos, especialistas en este tipo de producción. 

(84) No sabemos con exactitud la cifra de desocupados que provocó la crisis saladeril, pero a partir de datos que conocemos podemos intentar una aproximación. Tomando como base de cálculo los saladeros montevideanos de Tabares & Cía., encontramos que en las zafras intensas de entre 40.000 y 50.000 novillos se empleaban alrededor de 1.500 personas. Partiendo de la cifra mayor tenemos que a cada persona le corresponden 33 vacunos y fracción. Descartada esta última y con una simple división obtenemos muy aproximadamente la cantidad de obreros y empleados que revestían en las nóminas de los saladeros: 13.636 en 1911; 13.182 en 1912; 7.667 en 1913 y 3.333 en 1914. 

(85) La crisis de 1890 y su secuela de quiebra de instituciones de crédito (recordar la bancarrota del Banco Nacional tan ligado al “affaire Emilio Reus” ), caída de la Bolsa de Valores, cierre de comercios, detención de la obra pública y crecimiento del desempleo, trajo también reducciones salariales. Pero por haber sido una crisis de matriz especulativa, es decir financiera y no económica, en general su influencia sobre el sector agroexportador fue tangencial, perturbando mayoritariamente a empresas o particulares endeudados en actividades con poca o ninguna vinculación con la actividad productiva propiamente dicha. En síntesis, si bien luego de 1890 se produjeron rebajas salariales, éstas afectaron con más rigor a los empleados del sector público. Dentro de la actividad privada la incidencia de la crisis sobre los sueldos resultó disímil entre las diferentes ramas, siendo el sector de la industria de la carne de entonces -saladeros y Liebig’s- uno de los menos castigado. 

(86) La actividad de Liebig’s en Uruguay y su desarrollo en Argentina se trataron en el capítulo V. 


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Rodrigo Morales Bartaburu
Paysandú (Uruguay), diciembre de 2010.
Queda autorizada la reproducción total o parcial de este trabajo citando la fuente.

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